jueves, 20 de noviembre de 2008

el leon y el conejo

Estaba un hambriento león dando un paseo, cuando se encontro con un conejo que dormitaba tranquilamente a la sombra de un árbol.Estaba a punto de comerse al conejo, cuando vio pasar cerca a un ciervo."El ciervo tiene mucha más carne que el conejo", pensó, y ni corto ni perezoso, salio a toda velocidad en persecución del pobre cervatillo. El conejo se desperto con el ruido de la carrera y salió huyendo a toda velocidad, poniéndose a salvo en su madriguera. Al cabo de un buen rato, el león cansado de perseguir al veloz ciervo y viendo que era imposible darle alcance, volvio donde estaba el conejo. "Mejor un conejo que nada", pensó. Al volver donde el conejo dormía, se llevó una gran sorpesa de que esta se había pusto a salvo. "Lo meresco", se dijo para sí. "Abandoné a el conejo que tenía seguro para correr tras el ciervo". Por ambicioso, me quede sin comer.


barquito de papel

Sentado en uno de los bancos de la plaza, don Carlos observa a un grupo de niños que desesperados hurgan en uno de los pipotes de basura. Intrigado se acerca a ellos y con voz fuerte pregunta: ¿Qué buscan ustedes allí muchachos?. Por unos momentos los niños detienen la acción y uno de ellos le responde: ¡Buscamos comida señor, tenemos hambre!. Don Carlos se pasa la mano por los espesos bigotes como acariciándolos, luego saca la cartera y mirando a los niños fijamente les dice: ¡Así es la cosa, tienen hambre, bueno vengan conmigo vamos a comernos unos arepas!. Los cinco niños mal vestidos y sucios siguen en silencio al anciano hacia uno de los puestos de ventas de comida del lugar. Por otra parte, Mariza se ha levantado temprano y como de costumbre atiende el negocio de ventas de arepas y empanadas, la numerosa clientela acude todos los días a desayunar y ella los atiende con esmero y rapidez. Al llegar don Carlos saluda a Mariza y hace sentar a los niños en uno de los bancos, luego se acerca al mostrador y con voz firme le dice a la popular morena: ¡Hoy te traje unos clientes muy especiales, por favor prepárame cinco arepas bien rellenas!. Mariza abre los ojos desmesuradamente y con una sonrisa de oreja a oreja responde: ¡Cómo usted ordene don Carlos, pero le aseguro una cosa, si me trae todos los días una clientela como esa, le confirmo que en menos de un mes me voy a hacer rica!.Todos los clientes sueltan la risa al escuchar las palabras de la morena. después de lavarse muy bien las manos, los niños se sientan nuevamente en el banco de madera y ante la mirada atenta de don Carlos se comen las arepas. luego de pagar la cuenta, don Carlos se aleja con ellos hacia la plaza, sentados en la grama tienen una larga conversación, en donde el anciano se entera de la situación particular de cada uno de ellos, casi todos han sido abandonados por sus padres, viven y duermen en las calles y plazas del lugar, no estudian ni hacen otra actividad mas que recorrer las calles en busca de comida en los cestos de basura y en las noches, antes de irse a dormir se bañan en las fuentes de agua de las plazas, además de hacer sus necesidades en cualquier lugar o rincón, ante la mirada incrédula de las personas. Es una triste realidad y nadie se ocupa de ellos, pareciera que no incistieran para el resto de la sociedad. escuchando con atención el relato de los niños, don Carlos no puede evitar que sus ojos se llenen de lágrimas, luego mira fijamente el agua que corre por la fuente y en ese momento una idea viene a su cabeza, recuerda que su hermano Pedro tiene una librería a pocas cuadras del lugar. levantándose de la grama le dice a los niños: ¡Oigan muchachos no se muevan de aquí, ya regreso, les voy a traer una sorpresa!. A paso rápido don Carlos camina por la calle rumbo al negocio de su hermano. Al verlo llegar, Pedro Alcántara se sorprende y a pesar de estar atendiendo a unos clientes, se acerca a él y le pregunta: ¿ Qué pasa Carlos, donde estabas que no habías vuelto por acá?. Don Carlos abraza a su hermano y le responde: ¡Disculpa Pedro, no tuve tiempo de avisarte, viajé a la ciudad a arreglar unos papales, llegué anoche muy tarde, después te explico, mira tienes por allí papel lustrillo, necesito que me vendas varios pliegues de diferentes colores, un frasco de pega y una tijera!. Sorprendido por el pedido de su hermano, don Pedro se dirige al fondo del negocio. Pasados unos minutos don Carlos regresa a la plaza trayendo en sus manos una bolsa repleta de artículos. Al verlo llegar los niños se alegran y corren a su encuentro, nuevamente el anciano se sienta con ellos en la grama y sacando los artículos de la bolsa les dice: ¡Presten mucha atención para que aprendan, les voy a enseñar a construir unos lindos barcos de papel, para que luego jueguen con ellos en la fuente!. Olvidando por unos momentos la triste realidad en la cual viven, los niños se alegran y una sonrisa brota de sus labios al observar el trabajo del anciano, quien tijera en mano va cortando con presición el papel lustrillo, dando forma a los pequeños barcos. los minutos transcurren lentamente, mientras don Carlos trabaja con esmero y como guiado por una mano invisible ha logrado por fin construir cinco hermosos barcos de papel con mástil y velas incluidos. La ansiedad de los niños aumenta y todos exclaman con impaciencia: ¡Por favor don Carlos, vamos ya a jugar en la fuente!. Entregando un barco de papel a cada niño, el noble anciano se dirige con ellos a la fuente, las personas que transitan por el lugar, se detienen por unos momentos y observan como aquel anciano junto a los niños lanzan contentos los barcos de papel al agua de la fuente. Un sol radiante ilumina el lugar y ante la alegría desbordada de aquellos niños cuya imaginación no tiene limites, parece por unos momentos transformar a aquellos pequeños barcos de papel, en enormes naves, que majestuosas surcan las aguas navegando por un mar infinito. Luego de transcurridos unos minutos, don Carlos se aparta de la fuente y en completo silencio se aleja del lugar, una lágrima rueda por su arrugada mejilla, al sentir la satisfacción, de que al menos hoy, por unos momentos ha logrado sacar una sonrisa a aquellos niños cuyos inocentes rostros son el reflejo de una cruel y triste realidad.


el tiburon azul

Había una vez un niño llamado Lalo, era un niño bueno que amaba mucho a los animales.Su padre era pescador y salía en su lancha todos los días a trabajar.Un día en las redes de su padre cayó un pequeño tiburón azul y el niño lo arrojó de nuevo al mar.Pasó el tiempo, cuando Lalo era un jovencito y ayudaba a su padre a pescar, cayó de la lancha en una zona de tiburones.Todos pensaron que Lalo iba a morir cuando veloz un gran tiburón azul lo salvó, llevándolo a la orilla, era el mismo tiburoncito que Lalo había salvado.



el vendedor de globos

Todo lo que pasa en este cuento es pura imaginación, así que, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, que quiere decir casualidad, y los personajes son ficticios, es decir, inventados. Y ¡basta de explicaciones! Acá empieza lo lindo.En una plaza tranquila un señor llamado Andrés vendía globos plateados, rojos, azules, amarillos, dorados y verdes; tenía también multicolores, con franjas blancas, negras, anaranjadas, rosadas, celestes y lilas. Todos los que pasaban se quedaban boquiabiertos mirándolos con admiración. Las manos de los niños se estiraban queriendo alcanzarlos. Las mamás y los papás se paraban y hacían fila para comprar alguno. El vendedor, con poca paciencia, decía:-¡Despacio, despacio, que hay para todos! ¡No me empujen, no me empujen!Cada uno se iba sonriendo, como quien gana el premio de la lotería, después se ponían a jugar sobre el césped con el globo y lo hacían rebotar de mano en mano.Decenas de familias corrían por la plaza, heladeros con carritos repartían fríos y riquísimos helados y las hamacas estaban llenas de pequeños gritando y cantando.Todo era tan lindo, el sol calentaba la tarde con sus rayos dorados y tibios. La gente contenta, comentaba las novedades ocurridas en el pueblo, mientras que los chicos se divertían a lo grande.Entonces, fue cuando Suertudo, un perrito que todos conocían muy bien, se acercó muy despacito al lugar, porque estaba muy interesado en saber lo que ocurría y nunca había escuchado tanto bochinche, en la plaza que diariamente recorría. ¿Saben por qué la gente le puso ese nombre tan raro? Porque andaba de casa en casa y no tenía dueño. Era un animalito vagabundo y donde iba siempre lo esperaba un hueso, un plato de comida o un trocito de carne que alguna mamá buena le guardaba. Era amigo de los chicos de aquel barrio y de todos los animales que allí vivían: gallinas, gatos (aunque no lo crean), conejos, pájaros, caballos, tortugas y muchos más. Tenía una suerte más grande que no sé qué (como dicen por ahí).Miró para un lado y para el otro. Abrió grandotes los ojos y, como en un sueño, vio los globos revoloteando. -¡Qué maravilla! –se dijo. Claro, nunca había visto tal espectáculo. Y, como un refucilo salió corriendo en la dirección donde estaba don Andrés (se acuerdan, era el vendedor).El hombre se sobresaltó y le pegó un grito: -¡Epaaaaaaa! ¡Fueraaaaaaaaaaaa!El pobre perrito huyó asustadísimo y fue a contarles a sus amigos lo que le había pasado. De qué manera aquél individuo lo había tratado, él que siempre estaba acostumbrado a que lo mimen y que le den toda clase de cuidados. La gallina de Doña Ramona lo saludó asombrada, por la cara que tenía Suertudo y le preguntó lo que le pasaba. Después ella se encargó de desparramar por todos lados el chisme. Los amigos se espantaron de lo sucedido, se reunieron con él y decidieron organizar un cacerolazo, para protestar por malos tratos en la plaza del pueblo. Y, uno atrás de otro, fueron marchando. Ollas chicas, ollas grandes, tapas y cucharas los acompañaban.En la plaza seguía el jolgorio y nadie se dio cuenta de nada, hasta que empezó el batifondo. Suertudo encabezaba la protesta y detrás de él estaban todos sus amigos.-¡Qué sucede cariño! -Dijo una abuelita, que paseaba a su nieto en un cochecito.El perrito, ni lerdo ni dormido, paró el concierto de utensilios de cocina y, dirigiéndose a la multitud exclamó:-¡Dónde quedaron los buenos modales! Yo solamente quería un globo, para jugar como los chicos y compartirlo con mis compañeros de juego.En ese momento lo interrumpió don Andrés diciendo:-Pero vos viniste corriendo como loco, casi me hacés caer.-Yo creía que los regalaba y que enseguida me iba a dar uno, como todos siempre me dan lo que yo quiero.Y allí intervino un papá explicándole que a veces las cosas no son así, que en ocasiones no se consigue lo que uno quiere o hay que pagar por algo, para tenerlo.Siguieron discutiendo un rato y se dieron cuenta que los dos habían estado mal. Se perdonaron con un abrazo y el vendedor le regaló un globo a nuestro amigo.Suertudo y don Andrés, desde entonces, se hicieron grandes compinches y aprendieron una lección muy importante, que vos y yo también debemos tener en cuenta: “hay que tratar a los demás con buenos modos” y pedir las cosas de buenas maneras. Y para que lo aprendas de memoria por si te olvidás, aquí va este versito:VOS Y YO PODEMOS JUNTOS,HACER UN MUNDO MEJOR SI NOS TRATAMOS CON CARIÑOBORRAREMOS EL DOLOR.FLORECERÁ LA ESPERANZA.


el vuelo del condor

Timo vivía en un pequeño poblado al pie de la cordillera de Los Andes. A pesar de ser un niño pequeño, en Diciembre acompañaba a su padre a las veranadas, enormes extensiones de verde pasto donde el ganado vacuno u ovino era llevado después del duro invierno para alimentarse. En aquellas latitudes la soledad era inmensa. Hacia donde se volviese la vista no se divisaban rastros humanos. La naturaleza bendecida en esa región rebosaba belleza. Cuando estaba despejado podía afirmarse que aquel era el cielo más claro, el aire más puro, el agua más cristalina, las montañas más majestuosas, la tierra más fértil y el pasto más tierno y verde de todo el mundo. Cada tarde, cuando Timo se sentía ya cansado de jugar, trepar y correr tras las ovejas, le gustaba tenderse sobre la fresca hierba y contemplar el vuelo de los cóndores sobre las altas cumbres. ¡Que aves tan majestuosas, serenas y afortunadas! ¡Que hermoso era verlas deslizarse sobre el viento con sus enormes alas extendidas!, sin prisa, sin cansancio... ¡Que vista maravillosa debían tener desde allá arriba! La imponente cordillera con sus impenetrables alturas, el verdor fresco de las veranadas...¿quién sabe si desde allá arriba podrían incluso ver el mar? El mar... Timo varias veces había oído hablar de él. Decían que era enorme y azul... pero ¿qué tan grande podría ser? ¿Más que la cordillera? No, ¡imposible! Nada en este mundo podría ser más grande que la cordillera. Él había estado a gran altura. Él había llegado hasta un lugar en que ni el más valiente de los hombres se atrevería a continuar. Muchas noches, vencido por el cansancio, se quedaba dormido pensando en el mar. Una noche soñó que era un cóndor y que agitando sus enormes alas ganaba altura y luego planeaba sobre las olas y se deslizaba por las corrientes de aire sintiendo el viento en sus plumas y el sol en su cabeza. ¡Fue el sueño más hermoso de toda su vida! Una tarde un jinete pasó por el lugar. Iba completamente solo. Se acercó a Timo y a su padre saludándolos con cara muy seria. Había algo en su mirada que no le agradó a Timo y tampoco al viejo Rex que no dejaba de ladrarle y de mostrarle los dientes. - Buenas – saludó el desconocido tocándose el ala del sombrero. - Buenas – respondió el padre de Timo. - Se acerca la noche y me agradaría algo de compañía para charlar. ¿Les molestaría si me quedo? - preguntó el extraño. Timo escudriñó la mirada de aquel hombre. Había algo oscuro en él, pero no sabía decir exactamente qué. Esa noche los tres se sentaron junto a una fogata bajo el cielo estrellado. Ambos hombres conversaron a un ritmo monótono y cansado y Timo se durmió una vez más imaginando el mar. A la mañana siguiente el niño despertó cuando el sol ya estaba alto. La improvisada choza en la veranada era cruzada lado a lado por rayos de sol como si fuesen doradas espadas. Timo se levantó y salió afuera. Ya no había rastros del desconocido. Su fiel amigo Rex vino corriendo a saludarlo, meneando alegremente la cola y acercando su cabeza para recibir caricias. Era una hermosa mañana y después del desayuno, como todos los días, Timo salió a pasear, pero esta vez algo nuevo sucedió... había encontrado una liebre patagónica herida. Pese a estar lastimada corría con mucho esfuerzo. Rex y Timo comenzaron a perseguirla y sin darse cuenta se alejaron mucho más que de costumbre. Cuando el sol estuvo alto, ambos se encontraron en una emplanada rodeada de cerros. Más allá las altas cumbres brillaban con plateado fulgor. Cuando Timo miró a su alrededor se sintió desorientado. Estaba perdido. - No importa – pensó – Intentaré encontrar el camino por el que he venido... Rex me ayudará – Dicho esto olvidó a la liebre que ya se había perdido de vista y dio media vuelta mientras Rex estaba entretenido olfateando la entrada de una madriguera. Cuando comenzaba a regresar... o al menos eso creía, divisó a lo lejos un cóndor que suavemente descendía hasta tocar tierra. – Intentaré acercarme sin que me vea – pensó Timo. Nunca había estado cerca de uno, solo los veía siempre en lo alto jugando con el viento. Sigilosamente se arrastró entre la hierba. Rex seguía escarbando ansioso en la entrada de la madriguera. De pronto Timo descubrió algo terrible... Camuflada en el pastizal había una trampa para cóndores y el que había visto descender se encontraba precisamente dentro de ella. Estas trampas consisten en un pequeño corral de 2 metros cuadrados, dentro del cual hay un tentador cebo de carne muy salada. Después de que comen a saciedad, un envase con agua los espera para apagar la sed que la sal les provoca. Finalmente les es imposible levantar el vuelo ya que por el peso ganado necesitarían varios metros para tomar impulso y poder elevarse. Cerca de la trampa, Timo divisó el caballo de aquel oscuro hombre que había pernoctado con ellos. Era él quien andaba cazando cóndores. ¡Tenía que salvar a este cóndor antes de que el hombre apareciese!. Como Timo se había demorado largo rato arrastrándose entre la hierba, el cóndor ya había comido suficiente y con gran deleite bebía el agua. Al encontrarse ya cerca de la trampa Timo se puso de pie. El cóndor lo miró muy asustado e inmediatamente intentó correr. Se estrelló contra uno de los lados, corrió hacia su derecha... se volvió a estrellar y esta misma escena se repitió hasta que el ave rendida y adolorida se quedó temblorosa en un rincón. - Cálmate amigo, no voy a hacerte daño... solo quiero ayudarte – dijo el niño con voz suave mientras trataba de acariciar el negro plumaje. Su mano temblaba al acercarse ya que sabía que un solo picotazo del cóndor le costaría al menos un buen pedazo de dedo, sin embargo, ¡tenía que hacerlo! ¡Sentía una necesidad imperiosa! ¡No podía haber estado tan cerca y no haberlo tocado! Lentamente la yema de sus dedos sintió el suave contacto, finalmente toda la palma de su mano. - Eso es – murmuró – Soy tu amigo –. El tembloroso y asustado cóndor se dejó acariciar. Parecía ser viejo o tal vez desgastado por los duros inviernos de la región. Este tierno contacto entre Timo y el cóndor duró unos minutos hasta que Rex apareció de pronto y al ver a la enorme ave tan cerca de Timo comenzó a ladrar ferozmente. - ¡Shhhh cállate! - susurró el niño – Es nuestro amigo y está en problemas, debemos ayudarlo! Además alertarás al hombre que debe andar cerca. Rex pareció comprender el mensaje perfectamente ya que no emitió ningún sonido más y se quedó sentado junto al pequeño. Timo comenzó a pensar en como salvar al cóndor... No podía cargarlo en brazos, era demasiado grande. - Ya sé – dijo para sí. - Derribaré uno de los lados de la trampa y así podrá correr y tomar impulso para levantar el vuelo. Manos a la obra se puso a trabajar. Sacudió la estructura con todas sus fuerzas, sin embargo, las estacas estaban firmemente unidas. Entonces vio que solo le quedaba una opción... Desenterrarlas. Como no tenía herramientas comenzó a cavar con sus propias manos. Rex, que estaba a su lado, pareció comprender que Timo necesitaba ayuda y empezó a hacer lo propio con sus patas delanteras. Pronto la estaca comenzó a moverse cada vez más hasta que salió. Frente al cóndor se abrió una salida. En ese momento una voz de hombre gritó furiosamente. - ¡Hey niño! ¡¿Qué crees que estás haciendo? ¡Ven acá, te voy a dar una lección! – Furioso el hombre de la oscura mirada venía acercándose amenazante con un lazo en la mano. Timo alentó al cóndor a escapar de la trampa haciéndose a un lado de la salida. - ¡Vete cóndor! ¡Vuela! ¡Eres libre! – Los gritos del niño resonaron en las montañas... libre... libre... Mientras Rex trataba de interponerse entre el hombre y el niño, el cóndor se echó a correr y Timo corría junto a él gritando - ¡Vuela! ¡Vuela! – La enorme ave extendió sus alas, las batió con fuerza y pesadamente se elevó. Cuatro metros de lado a lado, las poderosas alas pusieron al cóndor de vuelta en las alturas. Mientras tanto Timo huía del hombre, quien, al no lograr acortar distancias, intentaba lacearlo como a un caballo salvaje. Los ladridos de Rex no causaban ningún efecto y cuando se disponía a lanzar el lazo por segunda vez, ambos, niño y hombre, vieron al cóndor que en vuelo rasante se dirigía exactamente hacia ellos. Disminuyendo la velocidad, a solo un metro del pastizal, el ave pasó rozando al niño. ¡Había vuelto a rescatarlo! De un salto, Timo se aferró al blanco anillo del cuello. No fue difícil para un ave como esa elevarse con un pequeño tan menudo como Timo. Ante la mirada estupefacta del hombre y los ladridos de Rex, el niño y el cóndor remontaron las alturas. Durante los primeros segundos Timo no se atrevía a abrir los ojos. Iba fuertemente aferrado al cuello sintiendo el fresco viento en su cara. Poco a poco trataba de abrirlos, pero en cuanto veía hacia abajo los cerraba de nuevo. Notando el miedo del niño el cóndor se mantuvo a mediana altura y buscó una y otra vez las corrientes de aire para solo deslizarse, planeando sobre ellas. Muy pronto Timo perdió el miedo y comenzó a sentirse el niño más afortunado del mundo. ¡Estaba en lo alto, jugando con el viento, sintiéndose libre y se dedicó únicamente a disfrutar de aquel momento irrepetible. ¡Por fin sabía que veían los cóndores desde lo alto! Su corazón latía fuertemente. Era la emoción más fuerte que había sentido en toda su corta vida. Sin elevarse demasiado, el cóndor se desplazó calmadamente por los caminos del viento y Timo disfrutó como nunca del maravilloso paisaje desde lo alto. ¡Que divertidos se veían los animales! ¡Parecían de juguete! Atrás quedaban las altas montañas cuando Timo divisó una larga franja azul... más allá, solo cielo... ¡Era el mar! ¡Estaba viendo el mar con sus propios ojos! ¡No lo podía creer! El cóndor parecía adivinar sus sueños y se dirigía directamente hacia allá. Cada vez más cerca, ya podía distinguir el blanco encaje de las olas. El viento sacudía su pelo y las plumas de la majestuosa ave quien con maestría remontaba las corrientes con sus enormes y negras alas extendidas. Ya sobre la playa el cóndor viró hacia la izquierda y, durante lo que a Timo le parecieron solo segundos, voló kilómetros y kilómetros a lo largo de la costa. Timo estaba maravillado y, aferrado fuertemente al cuello del ave, perdía la vista en el horizonte. ¡El mar no tenía fin! Luego miraba la blanca espuma, el brillo del sol en las olas, luego el horizonte otra vez. Y así pasó este momento inolvidable en que el cóndor agradeció a Timo por haberlo rescatado. Un nuevo viraje hacia la izquierda puso al niño y al cóndor nuevamente de cara a la cordillera... Después de un rato el cóndor dejó a Timo muy cerca de la choza de la veranada. Su amigo Rex vino alegremente a recibirlo y juntos observaron como el viejo cóndor alzaba el vuelo. Más tarde el padre preguntó: • ¿Dónde has estado todo este día?, me tenías muy preocupado, ¡te he dicho que no te alejes demasiado! – Después de haberle relatado con detalles la aventura que acababa de vivir, el padre acarició tiernamente la cabecita del niño y dijo sonriente: - ¡Ay Timo! ¡Eres tan soñador! Te prometo que algún día te llevaré a conocer el mar. – Esa tarde, ya cansado, Timo se tendió de espalda sobre la fresca hierba, sin embargo, contemplar el vuelo de los cóndores le producía ahora una sensación diferente... Ya no se preguntaba qué se sentiría o como se vería... Ya no se preguntaba como sería el mar o si algún día lo podría ver... Ahora podía cerrar los ojos y revivir aquellos maravillosos momentos. Estaba seguro de que esa noche soñaría con el vuelo del condor.


la oruga y el gusano

En un Parque lleno de grandes árboles, un gusanito comía hojas mientras en una rama cercana una oruga lo observaba con atención. Llegado el momento, la oruga le preguntó al gusanito: ¿Oye amiguito porque estas comiéndote las hojas de este árbol, no ves que me vas a dejar sin una ramita para la sombra?. El gusanito mirándola con cara de pocos amigos, detiene por un momento su trabajo y le responde: ¡Disculpe amiga oruga, yo no puedo perder el tiempo como usted, que se la pasa todo el día durmiendo y no se mueve de esa rama, yo en cambio tengo que trabajar de sol a sol, comiéndome todas estas hojas, así podré crecer y llegar al tope de este árbol, para mirar desde las alturas el mundo!. ¿Ve lo importante que es mi trabajo?. Un poco sorprendida por las palabras del gusanito, la oruga exclamo: ¡Que arrogante eres gusanito!. ¿No ves que pretendes crecer a costillas de comerte todas las hojas del árbol, sin pensar por un momento en el daño que le causas?.¡No podrá respirar y alimentarse y entonces morirá, yo en cambio no le hago ningún daño al dormir sobre su rama, simplemente aprovecho su sombra y para tu conocimiento, te digo que si es verdad que me la paso todo el día durmiendo ya que esa es la manera en que puedo crecer y algún día volar y contemplar el mundo desde las alturas!. Ante las palabras de la oruga, el gusanito soltó la risa y burlándose de ella le dijo: ¿Qué vas a estar volando tu oruga, si tengo tiempo viéndote colgada de esa rama?. ¡Mira mejor te levantas y vas a comer porque estoy seguro que en cualquier momento te vas a desmayar de tanto pasar hambre!. La oruga no le prestó mayor atención a las palabras y burlas del gusanito, continuó muy tranquila reposando colgada de la rama. Transcurrieron algunos meses y un día muy soleado, el pequeño gusanito que ya se había convertido en un gusano adulto, llegó por fin a la última rama del árbol y muy erguido observó el bello paisaje desde las alturas que le permitía el inmenso árbol. En ese momento escuchó que alguien lo llamaba, al voltear sorprendido vio a una gran mariposa que revoloteando muy alegre lo saludaba: ¡Hola amigo gusano como estas!.¿ No te acuerdas de mi?. ¡Soy aquella pequeña oruga que dormía sobre la rama de este árbol y de la cual tu tanto te burlabas, ahora mira como he crecido, soy una bella mariposa y como te dije en aquella oportunidad puedo volar hacia donde yo quiera y viajar por el mundo, en cambio tu sólo puedes contemplar el mundo desde esa rama del árbol, chau amigo espero que estas sinceras palabras te sirvan de reflexión y no te burles más nunca de ningún otro animalito del bosque!.La mariposa se fue volando muy alegre, mientras el gusano sintió una lágrima rodarle por la cara, a partir de ese momento no dejó de pensar en aquellas sabias palabras.


la pompa de jabon

Érase una vez un niño que estaba en la ducha y se encontró un pompa grande, que nunca explotaba. La pompa y el niño se hicieron amigos. Un día el niño se fue a jugar con sus amigos y dejó a la pompa en el baño con la ventana abierta los 10 minutos vino un viento muy fuerte y se llevo a la pompa. En la calle hacia mucho frió. La pompa desde el cielo miraba a los niños como jugaban con sus juguetes el día de navidad. La pompa se sintió mal por que el día de navidad no estaba con su amigo. Se hizo de noche y la pompa se refugio en un árbol para dormir. Al día siguiente el amigo de la pompa se subió al árbol y vio a la pompa. Se la llevó su casa, y celebraron la navidad.